JUANA AZURDUY (12 de Julio de 1780 - 25 de mayo de 1862)
Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida con el grado de teniente coronel de una división explícita llamada “Decididos del Perú”, con derecho al uso de uniforme, según un decreto firmado por el director supremo Pueyrredón el 13 de agosto de 1816 y que hizo efectivo el general Belgrano, quien debía entregarle el sable correspondiente, pero prefirió brindarle el suyo, el que lo había acompañado en Salta y Tucumán y durante el heroico éxodo jujeño.
Tres meses después, en el combate de Villar fue herida por los realistas. Su marido acudió en su rescate y logró liberarla, pero a costa de ser herido de muerte. Era el 14 de septiembre de 1816. Juana se quedaba sin su compañero y el Alto Perú sin uno de sus jefes más valientes y brillantes.
Juana siguió peleando junto a los comandantes Francisco Uriondo, el “moto” Méndez y los hermanos Rojas, para alistarse luego nuevamente en las tropas de Güemes. Cuando el “padre de los pobres” fue asesinado a traición en junio de 1821, decidió volver a su tierra. Estaba en Chuquisaca con su hija Luisa y su nieta Cesárea aquella tarde de noviembre de 1825 cuando al abrir la puerta se encontró nada menos que con el general Simón Bolívar, que quería tener el honor de conocerla. Fue un abrazo profundo, con pocas palabras, estaba todo muy claro pero para el Libertador se hizo necesario decir: “esta república, en lugar de hacer referencia a mi apellido, debería llevar el de los Padilla”.
Pero más allá de los halagos, Juana seguía en la miseria y no recibía ni la pensión que le correspondía ni los sueldos adeudados por su rango de coronela. Fiel a su historia, tomó la pluma y escribió: “Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una hija que no tiene más patrimonio que las lágrimas.”
Bolívar le concedió a la heroica luchadora una pensión vitalicia de 60 pesos, que fue aumentada por el presidente de Bolivia, Mariscal Sucre, pero que Juana cobraba cada tanto hasta que dejó de cobrarla cuando la burocracia le ganó una de las pocas batallas que perdió en su vida. Juana murió en la soledad, el olvido y la pobreza, paradójicamente en una casa en la calle “España” en un humilde barrio de Chuquisaca, el 25 de mayo de 1862.
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